Hay muchas diferencias entre las ficciones actuales y las del siglo XIX o principios del XX, pero hay una que me llama la atención. En los libros de gente tan distinta como Verne, Salgari, Poe, Blest Gana, incluso Mark Twain, hay una idea que se suele repetir: el protagonista que se involucra en un viaje o aventura por curiosidad. “Dejándome llevar por la curiosidad, acepté su oferta”, “Picado por la curiosidad, le acompañé a su departamento”, “Confieso que revisé los papeles movido ante todo por la curiosidad”, “Llevado por un impulso de saber más, escuché el resto de la historia”, “Presa de una irresistible curiosidad, le acompañé en el viaje al Polo”. La curiosidad era una expresión de deseo. Hoy en la ficción es muy raro encontrar un protagonista curioso. La televisión, el cine y hoy la internet han terminado de matar esa figura del narrador que necesita conocer el final de una historia aunque eso implique arriesgar la vida. ¿Para qué, si ahora todo está en un computador?
