Un hombre llamado Lucas es acusado de abuso en la guardería infantil donde trabaja. El proceso legal se pone en marcha, pero la comunidad en la que vive –donde todos se conocen hace años- emite un juicio mucho más rápido y brutal. La manera en que reaccionan quienes rodean a Lucas, desde su pareja hasta el tipo que le vende la carne, es una aguda y verosímil reconstrucción de lo que sucede en la vida real: a diferencia de otros delitos, el abuso infantil es una acusación de la que nadie termina jamás de librarse a pesar de todas las pruebas de inocencia del universo.
Bajo su aire contemporáneo y sus cámaras en mano, La Cacería tiene la respiración y el ritmo de viejos clásicos teatrales como El Padre, de Strindberg, con su intrincada subtrama de amistades traicionadas e hijos distanciados. De hecho, Lucas, con su autosuficiencia y su negro sentido del humor, es mucho menos una víctima que una especie de héroe seudocristiano de esos que Strindberg usara para denunciar las hipocresías de su época.
Alguna vez el director Vinterberg integró las filas de esa trasnochadísima venta de pomada que fue el movimiento Dogma. En ese contexto, estrenó La Celebración (1998), otra historia centrada en un grupo cerrado que casi era destruido por la noticia de un abuso. La Cacería es menos estridente, pero sin duda es una mejor película, más modulada, más ambigua, además de estar bendecida por el trabajo de Mads Mikkelsen, quien ofrece una de las actuaciones del año. Por lejos.
En una temporada más pródiga en estrenos para adultos, esta película tal vez pasaría inadvertida. Pero en un 2013 donde las pantallas han desbordado explosiones y 3D, La Cacería luce como una señal de radio desde una galaxia en la cual ya no pensábamos encontrar vida alguna.
Hace cuatro años, muchos críticos aplaudieron la supuesta audacia de La Cinta Blanca, en la que el director Michael Haneke indicaba a la represión religiosa como uno de los orígenes del nazismo. Era un filme de factura impecable con un final redondo y tranquilizador, porque a la larga volvía a la vieja idea de la creación de monstruos como algo que sucede fuera de la sociedad normal. La Cacería plantea que una sociedad normal no es más que una turba en posición de descanso. Que todos somos monstruos, listos a sacudirnos el control del Estado para perseguir, humillar y matar a aquellos que alguien –una mujer, un niño- apuntó con el dedo.
