Para alivio de los fanáticos de la famosa trilogía que Peter Jackson dirigió sobre la obra de Tolkien, podemos informar que El Hobbit es bastante cercano a esas películas. Lo que significa que es un mastodonte lastrado por la pomposidad inútil, el diálogo tosco y la absoluta falta de humor respecto a sí mismo.
El Hobbit, basado en el libro homónimo de Tolkien, cuenta eventos sucedidos 60 años antes de las aventuras de Frodo. Nos enteramos de cómo su tío Bilbo hizo amistad con Gandalf, de qué manera consiguió el anillo, cómo fue que participó en la batalla contra un dragón, etc, etc.
Haciendo gala de un certero ojo para el dinero y un escaso amor por la concisión del relato, Jackson ha decidido extender su adaptación de un libro de 320 páginas a tres películas, de las cuales la primera dura dos horas y cincuenta minutos.
Por lo tanto, lo que hay aquí no es el relato diáfano y directo de la fuente original, sino un zigzagueo que desvía la acción hacia una serie de flashbacks (la mayoría relacionados con batallas de épocas previas) o eventos paralelos que en el libro estaban apenas aludidos.
¿Es la extensión un defecto en sí? Depende del filme. En este caso, es desastrosa. El relato se hace interminable y sólo mantienen el interés el despliegue técnico de los efectos especiales y el amor que Jackson ha tenido por los detalles grotescos desde su debut con Bad Taste (1987). Mucho se dijo del HFR 3D, el formato digital en que se filmó la película. No luce como un gran avance respecto a, por ejemplo, Avatar: de hecho, en algunas escenas interiores recuerda a ese tipo de imagen levemente demorada de las series inglesas de los ’70.
Comparado con las últimas cintas del director, El Hobbit no es una ridiculez, como lo fuera King Kong, ni un mamarracho sin perdón, como Desde Mi Cielo. Pero es innegable su reciclaje, su ausencia de novedad, su nulo interés por cualquier idea que no sea obvia, directa y plana.
Tiene un solo momento memorable: el encuentro de Bilbo con Gollum. Que la única escena de emoción humana de la historia ocurra entre un actor y una criatura digital es la clase de deliciosa ironía que Jackson ha dejado de lado para apostar siempre, en cada escena, por la obviedad y el cliché.
(Publicado originalmente en La Tercera, 13 de diciembre 2012)
